Convit: El médico venezolano que revolucionó el tratamiento de la lepra

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Jacinto Convit García, el ilustre médico venezolano cuyo legado resonaría a través de las décadas, vio la primera luz el 11 de septiembre de 1913 en La Pastora, un pintoresco rincón colonial al noroeste de Caracas. Hijo del inmigrante catalán Francisco Convit y de la venezolana Martí y Flora García Marrero, creció en el seno de una familia numerosa, junto a sus hermanos Miguel Ángel, Reinaldo, René y Rafael.

La educación inicial del hijo de Francisco Convit se forjó en el Colegio San Pablo, bajo la tutela de los hermanos Roberto y Raimundo Centeno, reconocidos educadores de la época. El ambiente familiar de la institución, donde se inculcaban valores y buenas costumbres, sentó las bases de su carácter.

La senda académica de Convit continuó en el Liceo Caracas, hoy Complejo Educativo Andrés Bello. Allí, dos figuras prominentes dejaron una huella indeleble en su formación: Pedro Arnal y, especialmente, Rómulo Gallegos. Este último, profesor de filosofía y matemáticas, y aclamado escritor que llegaría a la presidencia de Venezuela, fue una influencia clave en el joven Convit.

En 1932, con 19 años, Convit inició su travesía en la Escuela de Medicina de la Universidad Central de Venezuela (UCV). Durante su formación, no solo reconoció la excelencia de sus mentores, sino que demostró una profunda vocación por la medicina, cosechando calificaciones sobresalientes y diplomas de honor en diversas materias. Su camino ya vislumbraba un futuro brillante en la ciencia médica, prefigurando al hombre que dedicaría su vida a combatir enfermedades y aliviar el sufrimiento humano. El año 1937 marcaría un punto de inflexión en su carrera. Una visita al lazareto de Cabo Blanco, en La Guaira, invitado por los profesores Martín Vegas y Carlos Gil Yepes, pioneros en el estudio de la lepra en el país, encendió la llama de su dedicación a la dermatología y, en particular, a esa enfermedad milenaria.

Cabo Blanco: el crisol de una vocación del hijo de Francisco Convit

Tras culminar sus estudios y obtener el título de Doctor en Ciencias Médicas en 1938, y su título en Filosofía, Jacinto Convit no dudó en dirigir sus pasos hacia el lugar que había capturado su interés: la leprosería de Cabo Blanco. Al día siguiente de su graduación, se incorporó como médico residente en aquel recinto que albergaba a unos 1.200 pacientes afectados por la lepra, una enfermedad que, hasta entonces, cargaba con el estigma de ser incurable.

En Cabo Blanco, Convit no solo ejerció la medicina, sino que la humanizó. Durante más de quince años, se convirtió en una suerte de “juez, odontólogo y consejero” de los pacientes, trascendiendo el rol tradicional del médico. Su entrega y tenacidad lo llevaron a asumir la dirección de la leprosería en dos periodos, de 1941 a 1944, y posteriormente, considerándola su “segunda universidad”. Aquel lugar, lejos de ser un mero centro de reclusión, se transformó en el laboratorio donde Convit comenzó a forjar su leyenda.

Su compromiso con los pacientes lo impulsó a buscar una solución definitiva para la lepra. Se propuso no solo encontrar una cura, sino también erradicar el prejuicio y la exclusión que rodeaban a los enfermos, transformando la hospitalización forzosa en un modelo de atención familiar. Su visión iba más allá de la ciencia; apuntaba a una transformación social profunda.

En esos primeros años en Cabo Blanco, el joven hijo de Francisco Convit inició sus investigaciones sobre la enfermedad de Hansen, explorando su epidemiología, describiendo las lesiones y analizando sus aspectos generales. A mediados de la década de 1940, un descubrimiento crucial marcó un hito en su carrera y en la lucha contra la lepra. Junto a sus colegas, Convit determinó que un derivado del compuesto diamino-difenil-sulfona (DDS), combinado con clofazimina, poseía una notable efectividad en el tratamiento de la enfermedad.

Un cambio de paradigma en el tratamiento de la lepra

El hallazgo de la efectividad del DDS y la clofazimina no solo representó un avance científico, sino que desencadenó una serie de transformaciones en el abordaje de la lepra, especialmente en la vida de los pacientes. Jacinto Convit demostró al Ministerio de Sanidad y Asistencia Social que la enfermedad no solo era controlable, sino curable, abriendo las puertas a un nuevo paradigma en su tratamiento.

Uno de los primeros efectos de este descubrimiento fue la creación de los principales laboratorios de investigación dedicados a la microbiología e inmunología de la lepra. Estos centros se convertirían en pilares fundamentales para el avance del conocimiento sobre la enfermedad.

El segundo impacto, y quizás el más anhelado por Convit, fue la posibilidad de cambiar el aislamiento en los leprocomios por un tratamiento ambulatorio. Los pacientes podían, finalmente, ser atendidos en servicios de campo, cerca de sus familias, cumpliendo así el sueño de Convit de humanizar la atención médica.

En 1945, el Ministerio de Sanidad invitó a Convit a visitar Estados Unidos y Brasil para observar el tratamiento y la situación de los leprosorios en esos países. Su estadía se extendió hasta finales de ese año, y regresó a Venezuela con una convicción reforzada: era imperativo cerrar las leproserías e implementar el tratamiento ambulatorio a nivel nacional.

Un año después, en 1946, Convit presentó el Plan General de Lucha Antileprosa ante la Comisión Planificadora de Instituciones Médicas Asistenciales del Ministerio de Sanidad. En este plan, detalló cómo debía organizarse el servicio sanitario para controlar la lepra y propuso medidas de educación para la población. El propio Convit, en sus memorias, relató con orgullo cómo él y su equipo convencieron a las autoridades y cómo el panorama comenzó a cambiar gracias a su dedicación y “un poco de corazón”.

La erradicación de los leprocomios y el aliado inesperado

La década de 1950 fue testigo de la materialización de la visión de Convit. Se dedicó a formar al personal de salud necesario para brindar atención a pacientes en todo el territorio nacional. Su capacidad de persuasión y la solidez de sus argumentos convencieron al gobierno de Venezuela, entonces liderado por el General Marcos Pérez Jiménez, de adoptar su protocolo ambulatorio y desmantelar las leproserías. Convit asumió la responsabilidad de garantizar el control de la enfermedad, y Venezuela se convirtió en el primer país del mundo en eliminar los leprocomios, un logro que trascendió fronteras.

Tras años de investigación, en la década de 1970, Convit dirigió su atención hacia un aliado inusual en su lucha contra la lepra: el armadillo, específicamente la especie Dasypus Sabanicola, conocido localmente como cachicamo sabanero. Este peculiar animal se convirtió en una pieza clave, ya que Convit logró inocular en él el Mycobacterium leprae (M. leprae), el agente causante de la lepra, y extraer grandes cantidades de la bacteria para su purificación.

Con este avance, Convit dio un paso trascendental. En 1980, elaboró la vacuna terapéutica contra la lepra, combinando suspensiones de M. leprae inactivado por calor con suspensiones de Bacilo Calmette-Guérin (BCG). Este hito histórico, de resonancia mundial, lo catapultó como un pionero de la inmunoterapia, abriendo nuevas vías para el tratamiento de la enfermedad. Su trabajo con el armadillo, lejos de ser una mera curiosidad científica, se convirtió en la base de una revolución en el campo de la medicina. La “amistad” entre Convit y el cachicamo sabanero se tradujo en esperanza para miles de pacientes en todo el mundo.

La lucha contra la leishmaniasis y la expansión del legado

A partir de 1948, Jacinto Convit, incansable en su afán de combatir enfermedades, se embarcó en una nueva batalla, esta vez contra el parásito Leishmania, transmitido por el mosquito de arena, causante de la leishmaniasis. Se dedicó a estudiar esta afección en sus diversas manifestaciones, con especial énfasis en la forma cutánea difusa, describiendo por primera vez el polo maligno de la enfermedad en 1958.

En 1979, Convit inició trabajos experimentales junto a un equipo de colaboradores, entre los que destacaron la doctora Nacarid Aranzazu y la investigadora María Eugenia Pinardi. Su vasta investigación sobre la leishmaniasis lo llevó a aplicar el modelo de vacunación terapéutica utilizado en la lepra para el tratamiento de esta otra enfermedad.

En 1986, presentó un modelo de vacunación para tratar la leishmaniasis cutánea localizada (LCL), utilizando el microorganismo causal (Leishmania mexicana) inactivado con calor más BCG. Junto a su equipo, logró desarrollar una inmunoterapia contra la LCL que arrojó resultados positivos y la curación de los pacientes tratados.

Un año después, en 1987, publicaron el primer estudio sobre la inmunoterapia para la LCL. Este tratamiento fue evaluado y reconocido por la Organización Mundial de la Salud como parte de la primera generación de vacunas contra esta enfermedad, consolidando el prestigio internacional de Convit.

Uno de los mayores logros del médico venezolano fue la creación de los servicios regionales de dermatología sanitaria, en una época en la que la descentralización de los sistemas de salud no era una práctica común. Estos servicios permitieron implementar el tratamiento a los pacientes con lepra, promover la educación sanitaria y controlar los contactos. Para la década de 1950, ya existían 23 de estos servicios, y su cobertura se expandió progresivamente a otras enfermedades endémicas como la leishmaniasis y la oncocercosis, sirviendo de modelo para otros países de Latinoamérica. A finales de los años setenta, la red contaba con 31 servicios regionales de dermatología sanitaria en todo el territorio nacional, un testimonio de la visión de Convit de un sistema de atención nacional para las afecciones cutáneas.

Instituciones, academia y últimos años: un legado inconmensurable

Con el objetivo de fortalecer su sistema de atención nacional para las afecciones cutáneas, Jacinto Convit fundó en 1960 la Asociación Civil para la Investigación Dermatológica. Contó con el apoyo de destacadas personalidades como Martín Vegas, Francisco Kerdel-Vegas, Arturo Uslar Pietri, Gustavo Vollmer y Eugenio Mendoza. Esta asociación se dedicó a impulsar la investigación en enfermedades dermatológicas y a capacitar al recurso humano.

Dos años más tarde, el 1 de enero de 1962, se creó la División de Dermatología Sanitaria, una institución concebida por Convit para liderar la lucha contra la lepra y otras enfermedades de la piel en las distintas regiones del país.

Una de sus obras más emblemáticas fue la creación del Instituto Nacional de Dermatología en noviembre de 1971, hoy conocido como Instituto de Biomedicina “Dr. Jacinto Convit”. Este centro se convirtió en un referente nacional e internacional en investigación científica, docencia y asistencia clínica en enfermedades tropicales, y continúa su misión de contribuir al bienestar de la población venezolana.

En el ámbito académico, Convit fue un gran formador de nuevas generaciones. Su destacada carrera docente comenzó en la UCV y se extendió a prestigiosas instituciones internacionales, como las Universidades de Stanford y Miami, donde fue profesor visitante.

A sus noventa años, Convit dirigió su atención al estudio del cáncer. En 2002, inició ensayos en modelos animales y planteó una terapia autóloga para el tratamiento del cáncer de mama, utilizando células tumorales del paciente, BCG y formalina. Sus investigaciones fueron publicadas y ampliadas en los años siguientes, logrando salvaguardar sus aportes en esta enfermedad.

En junio de 2012, co-fundó la Fundación Jacinto Convit para preservar y continuar su obra, y dos años más tarde se incorporó Jacinto Convit World Organization, Inc. para expandir sus estudios.

El 12 de mayo de 2014, en Caracas, a la edad de cien años, el Dr. Jacinto Convit falleció, dejando tras de sí un legado inconmensurable de principios, aportes científicos y desarrollo social que continúa impactando la vida de miles de personas en el mundo.

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