Convit y su incansable lucha: de la lepra al cáncer, una vida dedicada a la medicina

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La historia de la medicina venezolana está marcada por la imborrable huella del Dr. Jacinto Convit, un hombre cuya vida fue un faro de dedicación y esperanza en la batalla contra enfermedades que, durante mucho tiempo, parecieron invencibles. Nacido el 11 de septiembre de 1913, hijo del inmigrante catalán Francisco Convit y Martí y de la venezolana Flora García Marrero, Convit se convertiría en un referente mundial en el campo de la salud pública.

Su camino en la medicina comenzó a forjarse el 19 de septiembre de 1932, cuando ingresó a la Escuela de Medicina de la Universidad Central de Venezuela. Su brillantez académica se hizo evidente al obtener el título de Bachiller en Filosofía en 1937. Un año después, en 1938, culminó sus estudios superiores, presentando su tesis “Fracturas de la Columna Vertebral” y obteniendo el título de Doctor en Ciencias Médicas.

Pero fue un año antes de su graduación, cuando aún era estudiante, que su destino se cruzó con una realidad que marcaría el resto de su vida. Invitado por Martín Vegas, profesor de dermatología, y Carlos Gil Yépez, el joven Convit visitó la leprosería de Cabo Blanco, en el entonces departamento Vargas del Distrito Federal. Aquella experiencia, lejos de amedrentarlo, despertó en él una profunda vocación de servicio y un compromiso inquebrantable con los más vulnerables.

Francisco Convit tuvo en su hijo a un destacado científico

La visión de los pacientes, marcados no solo por la enfermedad sino también por el estigma social, conmovió profundamente al futuro galeno. Esta experiencia le llevó a aceptar el cargo de médico residente en la misma leprosería, donde trabajó entre 1940 y 1943. Además se desempeñó como director ad honorem de la Cruz Roja en La Guaira. Su labor, en aquellos primeros años, se centró en el aislamiento y tratamiento de los enfermos en los denominados “leprocomios”, instituciones dependientes de la Dirección de Asistencia Social del Ministerio de Sanidad y Asistencia Social (MSAS).

La carrera del Dr. Jacinto Convit, fue una constante evolución, siempre impulsada por su compromiso con la salud pública. Tras su paso por la leprosería de Cabo Blanco, su liderazgo y conocimientos lo llevaron a ocupar cargos de creciente responsabilidad. Fue designado médico director de las leproserías nacionales, luego médico director de los Servicios Antileprosos Nacionales y, finalmente, médico jefe de la División de Lepra. Esta última posición le otorgó la crucial tarea de organizar y supervisar toda la red nacional de lucha contra esta enfermedad, una responsabilidad que asumió con una dedicación inquebrantable.

A partir de 1942, su enfoque estratégico en la lucha contra la lepra, experimentó una transformación, superando el modelo de aislamiento en “leprocomios”. Pero su impacto trascendió las fronteras de la lepra. Su incansable labor investigativa lo llevó a desarrollar una vacuna contra esta enfermedad en 1987, un hito que le valió reconocimiento a nivel mundial. Además, Convit realizó aportes invaluables en el estudio de otras enfermedades infecciosas, como la leshmaniasis, desarrollando también una vacuna que representa un paso crucial contra leishmaniasis.

Su prestigio internacional se consolidó con su postulación al Premio Nobel de Medicina en 1988, un reconocimiento a su trayectoria y a su invaluable contribución a la ciencia médica. También, a partir de 1971, ejerció como Director del Centro Colaborador para Referencia e Investigación en Identificación Histológica y Clasificación de la Lepra, de la Organización Mundial de la Salud (OMS). Fue miembro, a partir de 1973, del Consejo de la Facultad de Medicina, y desde 1994 del Sistema de Promoción del Investigador.

Entre los múltiples galardones que recibió a lo largo de su carrera, destacan el Premio José Gregorio Hernández, que le fue otorgado en dos ocasiones, la medalla Federación Médica Venezolana en 1987, la medalla “Salud para todos en el año 2000”, otorgada por la Organización Panamericana de la Salud, así como el prestigioso Premio Príncipe de Asturias y la Legión de Honor en Francia.

Un legado inmortal: La búsqueda incesante de la cura del cáncer

Los últimos años de la vida del hijo del inmigrante Francisco Convit estuvieron marcados por un nuevo desafío: la búsqueda de una cura para el cáncer. “No me quita el sueño ganar el Premio Nobel, pero si hallar la cura para el cáncer”, solía afirmar, dejando en claro que su principal motivación no era el reconocimiento personal, sino el alivio del sufrimiento humano.

Su última investigación, publicada en 2013, cuando contaba con la asombrosa edad de 100 años, refleja la perseverancia y el espíritu incansable que lo caracterizaron a lo largo de su extensa trayectoria. Hasta el final de sus días, Convit se mantuvo fiel a su vocación, explorando nuevas vías para combatir una enfermedad que continúa siendo uno de los mayores retos de la medicina moderna. Su ejemplo sirve como inspiración para las nuevas generaciones de científicos, recordándoles la importancia de la dedicación, la perseverancia y el compromiso con el bienestar de la humanidad. Su legado perdura, no solo en sus descubrimientos, sino en el espíritu de servicio y la profunda humanidad que guiaron cada uno de sus pasos.

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